La economía de la atención se ha convertido en uno de los campos de batalla más determinantes de nuestra vida pública. Cada clic, cada comentario indignado y cada segundo que pasamos mirando una pantalla es una forma de voto silencioso. No elegimos solo qué vemos: elegimos qué prospera. En ese sistema, los troles y otros actores que operan desde el conflicto permanente llevan ventaja.
Los mensajes diseñados para provocar enojo, burla o miedo se benefician de una lógica simple: la ira retiene la atención más tiempo que la reflexión. Las plataformas digitales, optimizadas para maximizar interacción, no distinguen entre un debate constructivo y una discusión tóxica. Ambas cuentan como tráfico. Así, quienes buscan deliberadamente el morbo, lanzan la frase incendiaria, la desinformación provocadora, y el ataque personal, logran visibilidad, seguidores y, en muchos casos, ingresos económicos.
Mientras tanto, los mensajes que aportan contexto, promueven el diálogo o invitan a pensar con matices compiten en desventaja. Requieren tiempo, disposición y una atención que hoy es un recurso escaso. No gritan, no simplifican en exceso y no apelan al impulso inmediato. En un ecosistema saturado de estímulos, eso los vuelve menos “rentables”, aunque sean socialmente más valiosos.
Este desequilibrio tiene consecuencias profundas. Normaliza el conflicto como forma de participación pública y desplaza a voces que podrían contribuir a resolver problemas colectivos. Además, desgasta emocionalmente a las audiencias, que quedan atrapadas en ciclos de indignación permanente, convencidas de estar informadas cuando en realidad solo están reaccionando impulsivamente.
No se trata de censura ni de ingenuidad digital. Se trata de entender que nuestra atención es un recurso finito y poderoso. Cada vez que compartimos un contenido solo porque nos enfurece, alimentamos el modelo que queremos combatir. Cada vez que ignoramos una discusión bien argumentada por parecer “aburrida”, reforzamos esa lógica.
Recuperar la atención como acto consciente es una forma de responsabilidad cívica. Elegir a quién escuchar, qué amplificar y cuándo retirarse del ruido no es pasividad: es una decisión política cotidiana. En un entorno donde el escándalo se monetiza, prestar atención con criterio puede ser un pequeño, pero significativo, acto de resistencia.
Enlace al Diario de Centro América: https://dca.gob.gt/noticias-guatemala-diario-centro-america/redes-sociales-nuestros-clics-estan-normalizando-el-conflicto/
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